V ENCUENTRO
ARTE
PENSAMIENTO

NOV 25 - 27 / DIC 2 - 4 - 9 - 11 - 16 / 2014

PRESENTACIÓN

EL SOL QUE ILUMINA EL CIELO DE NUESTRA VIDA

Fernando Castro Borrego

En Humano demasiado humano, Friedrich Nietzsche manifestaba su asombro por el hecho de que obras de arte muy alejadas de nosotros en el tiempo sigan emocionándonos: “En el edificio griego o cristiano, originalmente, todo revestía alguna significación, referida a un orden de cosas superior; esa atmósfera de significación inagotable envolvía la fábrica como en un velo mágico. Lo bello se introducía solo de paso en el sistema, sin afectar esencialmente al sentimiento fundamental de lo sobrecogedor y lo sublime, de lo consagrado por la proximidad de la divinidad y la magia; lo bello a lo sumo suavizaba el pavor, mas éste era por doquier la premisa. ¿Qué significaba para nosotros la belleza de un edificio? Lo mismo que el rostro hermoso de una mujer vulgar: una especie de máscara. La metafísica de lo bello era como una máscara que “suavizaba el pavor”, ambivalente definición cuyos elementos (belleza y pavor) se manifiestan sucesivamente: primero como asombro placentero, luego como pavor una vez revelado su sentido. Si la belleza es bálsamo y engaño, el pavor que los dioses provocaban en los antiguos -el sagrado pavor- sería el sentimiento suscitado en segunda instancia por la contemplación estética de las grandes creaciones del arte antiguo cuya dimensión metafísica se manifiesta como enigma.

En otro epígrafe titulado El más allá del arte, escribe: “No sin profundo dolor se admite que los artistas de todos los tiempos, en su máximo florecimiento, han exaltado precisamente las nociones que ahora se nos revelan como errores”. He aquí el viejo conflicto entre verdad y belleza. Lo que la máscara oculta -su enigma- no es algo agradable o benéfico, de ahí el “pavor” que produce. Dicha constatación revela que los errores difundidos por el gran arte del pasado – y pone como ejemplos la Divina comedia, las catedrales góticas, las pinturas de Rafael, y los frescos de Miguel Ángel-“presupone no sólo una significación cósmica, sino también una metafísica del arte. Se origina así –concluye Nietzsche- una enternecedora leyenda de que hubo una vez tal arte, tal fe de artistas”. Nietzsche declara a continuación la irreversibilidad del proceso histórico: el hombre científico que persigue la verdad ha reemplazado al hombre artista que desarrollaba su obra bajo el encantamiento de la religión,  pero también bajo su coacción.

Así como las artes plásticas y la música dan la pauta del caudal de sentimientos efectivamente adquirido en virtud de la religión, en el supuesto caso de que desapareciera el arte, el sujeto a intensidad y multiplicidad de alegría de vivir por él inculcadas en el hombre continuarían clamando por su satisfacción. El hombre científico es la evolución ulterior del hombre artístico”: de tal manera que una vez consumada dicha evolución nos preguntamos  por qué en el nuevo hombre científico aún late la “alegría de vivir” que sigue “clamando por su satisfacción” ¿Es tan sólo un anhelo insatisfecho o algo más? Nietzsche no se refiere a restaurar el viejo orden de cosas: “Lo que ha brotado de la religión y su esfera, una vez destruida ésta, ya no puede brotar más; a lo sumo hay brotes extraviados, tardíos, susceptibles de engañar al respecto, análogamente al recuerdo del antiguo arte que de tanto en tanto resurge en la memoria de los hombres; estado de cosas que si bien evidencia que se tiene conciencia de la pérdida, la frustración, no prueba la existencia de una fuerza capaz de dar origen a un arte nuevo”.

En efecto, aunque la frustración no garantiza que el viejo orden estético y religioso pueda ser restaurado, nada impide, sin embargo, que nos preguntemos  por qué sigue el hombre deleitándose en la nostalgia del esplendor artístico de otras épocas. Esa nostalgia no es ya sino un reflejo crepuscular. Nietzsche recurre al lenguaje metafórico para dar cuenta de esta paradoja inquietante, y viene a decirnos  que si bien el ocaso ha llegado ya, aun no se hecho de noche. El cielo se ha teñido de un “arrebol vespertino”, de tal modo que “no se tardará en considerar al artista como un espléndido residuo (…). Lo mejor de nosotros tal vez sea un legado de sentimientos de épocas caducas a los que ahora ya no tenemos apenas acceso directo; el sol se ha puesto, pero el cielo de nuestra vida arde y brilla todavía gracias a él, a pesar de que ya no lo veamos”. Mas, siendo el crepúsculo un fenómeno cíclico cabe hacerse una pregunta lisonjera: ¿habrá una nueva aurora (título de otro de sus libros) en la que pueda reproducirse la experiencia de lo Bello como en el  pasado?  Esta reflexión puede encadenarse con la siguiente: ¿y si no llega la noche, manteniéndose el reflejo de la luz del crepúsculo por un tiempo indefinido en el cielo de nuestras vidas? Pero sabemos que la noche llegará sin darnos cuenta. Y mientras tanto, sigue diciendo Nietzsche, los hombres  rendirán culto a sus viejos dioses como aquella ciudad griega de la Italia meridional que “en un día determinado del año continuaba celebrando sus fiestas griegas, presa de melancolía y congoja, porque la barbarie foránea triunfaba cada vez más sobre sus costumbres trasplantadas al suelo itálico: nunca se saborearía tan plenamente la esencia helénica (…) como entre esos griegos condenados a extinguirse”. Es así como Nietzsche definió el tiempo que le tocó vivir: un crepúsculo  “envuelto en la magia de la muerte”. Mientras tanto, gocemos de esa luz congelada misteriosamente desde que hace ciento cincuenta años Nietzsche hiciera esta melancólica reflexión sobre la experiencia el sujeto estética en los tiempos modernos.

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