3 al 24 de noviembre de 2020

Presentación

Fernando Castro Borrego

El arte es una promesa de felicidad (“une promesse de bonheur”). Esta frase, que fue enunciada por Stendhal de un modo asertivo, nosotros la planteamos como pregunta: ¿Puede hoy el arte seguir prometiendo felicidad? El matiz es importante, pues no es lo mismo aseverar que preguntar. Así pues, este leitmotiv preside la X edición del ciclo de Arte y Pensamiento que la Fundación Cristino de Vera-Espacio Cultural CajaCanarias programa este año en su sede de La Laguna. El fundamento antropológico de dicha frase radica en el hecho de que el hombre se presenta como un ser infeliz.

Para Stendhal, que era un ferviente enamorado de la belleza, la felicidad tenía como tema exclusivo el amor; de tal modo que una promesa de felicidad es siempre una promesa de amor. Concebía la estética como una experiencia contemplativa. La relación que planteó con las obras de arte fue pasiva: mejor contemplar que producir. Como se sentía un amante desdichado, prefería gozar contemplando las imágenes artísticas o escuchando las melodías de sus óperas preferidas, antes que practicar torpemente las artes de la pintura y la música. Esta confesión confiere a su experiencia estética una dimensión existencial. Por otra parte su idea de la felicidad nada tenía que ver con el placer, ni en su sentido sensorial y retiniano ni en su sentido sensual y erótico. Era un romántico que no quiso renegar de la herencia de Winckelmann, hasta el punto de que el pseudónimo literario, que eligió era el nombre de la aldea donde nació el genio alemán. Igual que Winckelmann, creía en el vínculo indisoluble del bien y la belleza. Fue tal vez el último gran teórico del arte que defendió a ultranza este vínculo que los griegos, desde Platón, llamaban eudemonía. Hay que tener en cuenta que Stendhal no era un vulgar hedonista. No aceptaba la idea del placer por el placer ni la relación morbosa del placer con el dolor o con el sueño, como postularían después los simbolistas.

Estableció una localización geográfica del paraíso, e hizo de Italia su patria de adopción, abominando de Francia que era su país natal. Más tarde, Gauguin emprendió su viaje a los Mares del Sur en pos de la felicidad que depara una vida autentica en contacto con la naturaleza, felicidad que, a su juicio, se había prostituido en la vieja Europa. Estas dos localizaciones del paraíso (el solar italiano que contiene las maravillosas joyas del arte del Renacimiento y las islas oceánicas, donde los indígenas viven en estado de naturaleza) revelan una crítica radical a la civilización europea.

Este curso de la Fundación Cristino de Vera-Espacio Cultural CajaCanarias, realizado en formato digital, se inicia con una introducción a la estética de Stendhal y prosigue con el análisis de tres versiones de la promesa de la felicidad materializadas en la primera mitad del siglo XX, a saber, las que propusieron Monet, Bonnard y Matisse. Estos tres artistas creyeron que no hacía falta viajar a Italia o a los Mares del Sur para recuperar el jardín del paraíso, del que el hombre fue expulsado una vez por comer del Árbol de la Ciencia desoyendo la prohibición divina. Estas últimas versiones del Edén revelan un potencial estético insólito, sobre todo si se tiene en cuenta cuál fue el escenario distópico creado en Europa durante el siglo XX. El paraíso fue reencontrado por Monet en su jardín de Giverny, por Bonnard en la imagen fulgurante del cuerpo de su mujer sorprendida en la bañera y por Matisse en la fascinante y atrevida redefinición moderna de la alegría de vivir (joie de vivre) que, como es sabido, fue el tema central de la pintura impresionista. Las tres versiones soslayan las adversas condiciones socio-políticas de la historia europea del siglo XX. En aquel infierno autocreado por el hombre en las dos guerras mundiales, estos artistas propusieron una nueva alegoría de la belleza cuya contemplación brinda una promesa de felicidad a quien la contempla. De los tres, solo Monet murió antes del Holocausto, suceso trágico ante el cual Adorno lanzaría su apocalíptica sentencia: tras Auschwitz no es lícito escribir poesía ni practicar el arte, y menos aún producir imágenes que susciten experiencias estéticas placenteras. Este juicio cuestionaba la existencia de un arte bello, tanto en el sentido idealista como en el sentido sensorial e impresionista. El horror obliga a guardar silencio o fustigarse implacablemente, como hicieron los expresionistas. Años después Adorno diría que el arte es una promesa de felicidad, pero una promesa incumplida.

Ninguna de estas versiones de la felicidad constituye simples recreaciones de la experiencia estética que Stendhal tuvo al contemplar la imagen de los dos ángeles que flanquean la tumba de los Estuardos del Vaticano, obra del escultor Canova. Y sin embargo, en todas estas versiones no hay sino una promesa. El hecho de que se cumpla o no es algo intrascendente. Es mejor que no se cumpla para poder seguir soñando con ella. En el siglo XIX Gauguin la emplazó en los Mares del Sur. Mientras que en el siglo XX, Monet, Bonnard y Matisse creyeron que no era necesario abandonar la vieja Europa y descubrieron en el espacio de la intimidad burguesa las trazas del paraíso. Así pues, estas tres versiones del Edén tienen en común una idea promisoria de la felicidad. La imaginación creadora asume la tarea de prometer una vida mejor frente a la experiencia dolorosa de la contingencia que el hombre arrastra desde su nacimiento. Esta relación entre amor y belleza planteada por Stendhal se replica, aunque de un modo diferente, en las flores del jardín de Monet, en las fulgurantes visiones del cuerpo femenino de Bonnard y en las sensuales odaliscas de Matisse. En este sentido cabe afirmar que la belleza, esa llama inextinguible que resplandece en las grandes obras de arte, no es sino una una transfiguración del amor. En su libro Del amor, Stendhal llamó a este proceso de enamoramiento “cristalización”. Hoy, cuando la belleza artística sólo puede contemplarse en las grandes obras de los museos, habría que llamarla “fosilización”. El cristal, según Stendhal transfigura las ramas secas que caen en una mina de sal. ¿Qué ha pasado para que ya no pueda plantearse este proceso de transfiguración/cristalización…? Sigue habiendo ramas secas en el mundo, pero o bien nadie las arroja a la mina de sal o bien nadie las rescata.