Presentación

De lo espiritual en el arte

Han pasado 110 años desde que Wassili Kandinsky publicara un breve ensayo titulado De lo espiritual en el arte, donde exponía su credo estético, a la vez que protestaba contra el materialismo de la vida moderna. Muchas cosas han cambiado desde entonces, entre ellas quiero mencionar el olvido y el descrédito de lo espiritual en el arte. En aquella época la civilización europea había entrado en una crisis de valores profunda que desembocaría en la Primera Guerra mundial. Se hablaba entonces en Centroeuropa de una “Revolución del Espíritu” que frenase el avance del materialismo de la vida moderna. Los artistas se comprometieron en esa lucha. Hoy en día, el materialismo no encuentra en las manifestaciones artísticas freno alguno. La palabra “espíritu” sufre un descrédito que el triunfo de la cultura de masas no ha hecho sino agravar. Una prueba de este olvido es, sin duda, la desaparición en las artes de la iconografía de la muerte, hecho único en la historia de la humanidad, pues desde la prehistoria, cuando los hombres aprendieron a enterrar a sus muertos y a rendirles culto, hasta el siglo XIX la imagen del Segundo Jinete del Apocalipsis, el que monta el caballo bayo, cabalgando junto a los otros tres, el Hambre, sobre el caballo negro, la Guerra, sobre el caballo rojo; y el misterioso jinete del caballo blanco, no han dejado de estar presente en el arte y la literatura, hallando los artistas el lenguaje simbólico idóneo que los representa. Estas calamidades siguen existiendo, pero las imágenes artísticas ya no dan cuenta de ellas. Son muchas las razones por las que hay que deplorar este olvido. La primera es el hedonismo de la cultura moderna: ya ningún artista se atreve a poner su arte el servicio de una Revolución del Espíritu. Lo que predomina es una monismo materialista. En las artes, dicho olvido ha acarreado el fin del pensamiento simbólico. El arte conceptual y postconceptual ha consagrado el procedimiento retórico de la tautología (una rosa es una rosa; un urinario, un urinario), tautología que funciona como un antídoto frente a la impronta antropológica que nos impulsaba en el pasado a ver las imágenes del mundo como si fuesen un “bosque de símbolos” (Baudelaire). Ante el materialismo de la vida moderna, los artistas actuales, han claudicado, se han rendido; pero no Cristino de Vera, de quien celebramos hoy su noventa cumpleaños. Quiero hacerme eco de esta celebración, pues, igual que Kandisnky, Morandi y tantos otros artistas del siglo XX, Cristino de Vera habita en un bosque de símbolos que es su pintura, y nos invita a que lo recorramos con él. Démosle las gracias por ese don que revela clarividencia, belleza y bondad.

Fernando Castro Borrego