Paisaje
Colección de Arte de CajaCanarias
Las primeras representaciones del hombre, que inician la aventura en la búsqueda de la máxima expresividad del ser humano, aparecen en paredes de cuevas o talladas sobre rocas en época prehistórica.
Una de las principales formulaciones del pensamiento filosófico y religioso del hombre de todas las épocas es la certeza de que todos los bienes son perecederos y, sobre todo, la vida. Debido a su importancia, esta idea ha jugado un papel fundamental en la formación de las bases espirituales del arte y la literatura. La primera enunciación de la misma, la encontramos en el Antiguo Testamento en el verso de Salomón «Todo es vanidad, dijo el predicador, y nada mas que vanidad». La Vanitas, dentro del vasto tema del bodegón, enriquecido con elementos moralizantes, alcanza su plenitud durante el siglo XVII y hace una llamada explícita a meditar sobre la fugacidad de los bienes temporales y sobre la brevedad de la vida. La máxima «aprende a morir y aprenderás a vivir» ha sido una constante en la existencia vital y evolución plástica de Cristino de Vera. Su preocupación por el tema de la muerte, incorporada en sus lienzos desde sus primeras etapas, hace que la Vanitas se convierta en argumento habitual de su obra desde mediados de la década de los sesenta.
Las barras verticales u horizontales que, a modo de ventana, aparecen en numerosas obras, como parte de la composición, constituyen, según Lázaro Santana, «el umbral del universo desde el cual el pintor observa, insomne, el acontecer de la vida en silencio. En la parte oculta queda el artista, con la miseria inherente a su condición humana... en la porción visible están los seres y los objetos que han hallado la paz y la belleza en la fe, la muerte o el sueño». El marco de la ventana delimita dos ámbitos muy diferenciados, el espacio individual protegido y el espacio social donde acechan los peligros, así mismo, establece una clara semejanza entre el tránsito de la vida y la muerte.
Las vistas a través de ventanas constituyeron uno de los temas preferidos de los románticos alemanes que interpretaban la oposición entre la luminosidad del paisaje y la oscuridad de la estancia como símbolo de la existencia del hombre.
La vista de la ciudad de Toledo aparece como telón de fondo en un nutrido grupo de Vanitas a partir de la década de los ochenta. La ciudad, serpenteada por el Tajo, de calles estrechas, con marcado carácter medieval, ha permanecido siempre en la memoria de Cristino, estableciendo, con su representación, un diálogo sobre la espiritualidad, un acercamiento a uno de sus maestros, El Greco.
«Mis primeros viajes por España fueron una y otra vez en tren a Toledo. Me gustaba el invierno, cuando la luz era fría y las piedras, los edificios se hacían mágicos, más dentro del espíritu de El Greco.
Toledo era todo Greco, y el Greco, mucho Toledo».
(Cristino de Vera)
El cráneo constituye la estructura ósea de la cara y de la cabeza y, alegóricamente, representa la vanidad de los placeres y el peligro de la muerte. Cráneo deriva del griego kraníon, término análogo a krános, cuyo significado es yelmo. La elección de la palabra se justifica por la función que ejerce esta armadura de hueso que es, ante todo, la de proteger el encéfalo, el órgano donde radica la conciencia y la personalidad del individuo. La tradición judeocristiana considera el cráneo de Adán como el origen de la redención del género humano, ya que la Crucifixión tuvo lugar en el monte Calvario (calva en latín significa cráneo) donde se encontraba sepultado aquél. Así, la sangre de Jesús podía lavar el pecado original y, al fluir sobre el cráneo de Adán, restituir la salvación de los hombres.
Los cráneos de Cristino de Vera aparecen acompañados por cirios encendidos, como símbolo de los últimos instantes de nuestra existencia, junto a frutas y flores, relacionándolo así con el rápido acontecer de nuestra existencia, o frente a un espejo para recordarnos todo lo que nos ha sucedido a lo largo de nuestra vida.