Figura

Figuras y bodegón

Óleo sobre lienzo

96,5 x 68,5 cm.

Colección de Arte de CajaCanarias

Obra comentada

Presentación

Las primeras representaciones del hombre, que inician la aventura en la búsqueda de la máxima expresividad del ser humano, aparecen en paredes de cuevas o talladas sobre rocas en época prehistórica.

La figura humana -mujeres, cristos, santos y monjes- siempre ha estado presente en la obra de Cristino de Vera, aunque sometida, con el paso de los años, a un proceso de síntesis plástica y depuración cromática. A mediados de la década de los cincuenta, Cristino de Vera, ligado a su gusto por las edificaciones románicas que conducen al recogimiento y a la tradición iconográfica española, realiza una primera serie de obras de cierta influencia barroca. En esta obra, el autor rodea las principales figuras de todos los símbolos que la herencia católica ha destacado como distintivos de su transcendencia religiosa: la cruz, el pan y el vino. Técnicamente, influenciado por su maestro Vázquez Díaz, subraya el rigor en la estructuración de los planos constructivos que sostienen los diferentes elementos de la composición. La austeridad de la gama cromática empleada (blanco, negro marfil, ocres, amarillo cadmio, azul ultramar, carmín de Garanza y verde esmeralda) y las diferentes graduaciones entre los tonos trasmiten su deseo de establecer un diálogo con las piedras medievales.

La obra al detalle

Crucifixión

A principios del siglo VI, el papa Gregorio I describió la finalidad de la imaginería religiosa: «las imágenes son para el ignorante lo que la escritura para el erudito». Con Carlomagno, coronado emperador de Occidente por el papa León Ill el día de Navidad del 800, estas escenas narrativas se convirtieron en parte de la tradición occidental. La representación de la crucifixión, cuyo origen es difícil de averiguar, se constituyó en una de las manifestaciones cristianas más importante en la Europa medieval; Jesús, hombre en la cruz sufriendo una dolorosa agonía, contiene los principios de una nueva sensibilidad.

 

Las crucifixiones de Cristino de Vera a lo largo de su trayectoria van experimentando cambios sustanciales, si aquí, en un segundo plano observamos la imagen de Cristo delimitada por el arco de una capilla, en otras se va apartando de la representación tradicional, apareciendo en ocasiones sólo una parte del cuerpo de Jesucristo sumergido en un halo de luz, o
bien entre cirios y cruces.

El Monje

El monje de imperturbable y estático semblante configura uno de los elementos a los que el autor fue fiel durante las primeras décadas de su producción. Su rostro evoca a los Cristos expresionistas ejecutados por Georges Rouault (1871-1958), que durante toda su existencia y en la búsqueda cristiana para dar sentido a su vida representó, en innumerables ocasiones, el tema de la Santa Faz. Cristos de aspecto solemne, expresiones acentuadas por líneas negras y proporciones alargadas para expresar el sufrimiento del ser.

Mesa

La mesa, uno de los motivos más frecuentes en su obra, que hace aparición a finales de los cincuenta, centra la composición como altar, sustentando el pan y el vino, símbolos esenciales del sacramento eucarístico.


Por la fe, los cristianos creen que la presencia de Jesús en estos elementos no es sólo simbólica, sino real.


La institución de la Eucaristía, [palabra de origen griego Eukharistia cuyo significado es acción de gracias y recuerda las bendiciones judías que proclaman las obras de Dios: la creación, la redención y la santificación], tuvo lugar durante la última cena pascual que Jesús celebró con sus discípulos.