Bodegón

Bodegón con flores y panes

Óleo sobre lienzo

73 x 100 cm.

Colección de Arte de CajaCanarias

Obra comentada

Presentación

La composición pictórica con objetos inanimados, flores, frutas, platos, cestos o animales de caza alcanza su madurez en el siglo XVII. El fundamento de su éxito se encuentra en las fuertes bases teóricas y formales trazadas desde el siglo anterior en Italia y Flandes. El desarrollo de la técnica del óleo, la importancia que se le confierte a los objetos y el cuidado que ponía el artista al representarlos, hicieron posibles obras virtuosísimas cargadas de significado simbólico.

El bodegón se alza como eje central en la obra de Cristino de Vera, que colma con sencillez, humildad y misticismo: tazas vacías, cestillos, botellas, velas, flores y espejos. El interés por este género como recurso para la investigación plástica, la humildad de los enseres representados y la disposición de estos elementos en el plano, han relacionado su obra con la de Zurbarán y Morandi, si bien, tomando en préstamo unas palabras de Cristino "cada pintor tiene, como cada músico, un ritmo peculiar...Por eso, ninguna, cosa, ningún objeto, por mucho que esté pintado, se agota. Basta que nazca un hombre que los mire de un modo un poco diferente para que surja una diferente creación."

La obra al detalle

El paralelismo con Zurbarán

El paralelismo establecido por los críticos entre el solemne Bodegón de Zurbarán y los de Cristino de Vera reside en que ambos han sido capaces de pintar en ellos el silencio. Zurbarán, maestro del pincel, gran conocedor de la espiritualidad contemplativa, adquirida a través de sus relaciones con los miembros de las órdenes religiosas para los que realizó múltiples encargos a lo largo de su vida, introduce la fórmula para lograr que del lienzo emane la quietud silenciosa.


«Llevaba el sielencio entre sus manos y blancas flores de los
huertos Zurbarán
Blancos de «éxtasis callando» sellaban el sendero y ya en él posada
quedó la luz yacente...
Alada y liviana como el roce de un ala al morir su vuelo.
«Luz en cruz» fue su luz que iluminada apareció clavada en la
bóveda del cielo.
Alumbrada ya la luz del alba...surge un cántaro callado como el salmo de un ave caída.
Y que fija en lo alto queda

Silencio entre los blancos. Cristino de Vera, El Mundo
miércoles 7 de octubre de 1998

Bodegones místicos y serenos

Cristino de Vera, indiferente a los cambios de estilos y al devenir de las modas, representa bodegones místicos y serenos, restablece el mundo con elementos cotidianos dispuestos sobre una mes. estante o alféizar, busca la espiritualidad en la profundidad de los objetos y el el interior de sí mismo, estableciendo, en ete sentido, una conexión con las composiciones de Giorgio Morandi, uno de los pintores italianos más importantes de la vanguardia del primer cuarto de siglo XX.

 

Morandi, admirador de Piero de la Francesca, Cezanne y sobre todo de la pintura pura, representa volúmenes de formas imprecisas donde busca el orden y el silencio: tazas, cuencos y jarras, que parecen colocados para sser contemplados como paisajes de un universo deshabitado, él mismo expresó que pintaba «un tipo de bodegones que comunican sensaciones de tranquilidad e intimidad, dos sensaciones que he valorado siempre por encima de todo».


«Liviana y alada de tan serena, clavada y prendida de luz que ni aire anhela, tu pintura, Morandi, ya cruza tan alto cielo y allí que callada queda.


De blanco a leve hondura que del ojo al alma suena como canto de un ave o el oro de una rosa que en silencio vuela.»


De leve a blanco puro. Cristino de Vera, El Mundo
martes 1 de junio de 1999

La rosa

La rosa, concebida al igual que otros símbolos de Cristino de Vera como una forma filosófica de aceptar la existencia, la encontramos en la obra de los pintores españoles de los siglos XVI y XVII. Esta flor, alegoría del amor, estaba consagrada a Venus. Según el mito, de la espuma del mar de la que nació la diosa, brotó una mata espinosa que, rociada por el néctar de los dioses, hizo florecer rosas blancas. En la antigua Roma la fiesta de las rosas que consistía en tirar estas flores a la tumba del difunto, Rosalía, formaba parte de las ceremonias ligadas al culto a los muertos. La posterior tradición cristiana vio en la rosa con espinas la imagen del tormento de los mártires.