Presentación

Nostalgia del absoluto: visiones artísticas, visiones místicas

Como es sabido, la relación entre la mística y el arte presupone el concepto de trascendencia. Sin embargo, el abismo que separa ambos campos, el de las visiones místicas y el de las visiones artísticas, es insoslayable; de tal modo que si tal abismo es ignorado surgen equívocos y confusiones que no resulta fácil deshacer. Las visiones de los místicos suelen tener una gran potencia visual. En este sentido, la obra de San Juan de la Cruz es paradigmática: y aunque esta pueda ser analizada desde el punto de vista literario, poético o estético, no deja de ser el resultado de una experiencia religiosa. En el campo del arte, lo metafísico y lo místico son categorías que se confunden a menudo, sin embargo, no toda obra metafísica es mística, aunque toda obra mística sea por definición metafísica. En el primer caso, la experiencia religiosa determina la configuración de las visiones. La percepción extrasensorial es el dato común entre las visiones de los místicos y las de los artistas llamados visionarios, pero la primera se sustenta en la idea lo sagrado y la segunda pertenece indubitablemente al reino de lo secular. El arte metafísico que surge a partir del romanticismo puede presentarse como una manifestación secular de la imaginación creadora, mientras que el arte místico del pasado rechazaba ese carácter secular e histórico, asumiendo la irreductibilidad de la experiencia religiosa de la que dimanaba. Así pues, la idea de trascendencia domina en la pulsión visionaria de los místicos. Las visiones artísticas extrasensoriales surgidas en el siglo XIX constituían una reacción espiritualista al materialismo de la vida moderna. En este sentido, si bien las visiones de los médiums pueden ser encuadradas en el campo semántico de la poesía y de la pintura, el sujeto creador en tal caso no recibe ninguna llamada del más allá, por más que invoque la existencia de una voz que proviene de otro mundo. Ciertamente, un ectoplasma o aparecido es una representación que simboliza la existencia de la vida de ultratumba, aunque su representación no genera per se ninguna experiencia religiosa. La obra de William Blake es el ejemplo más característico de esta variedad de la representación simbólica del mundo invisible. Hacer visible lo invisible fue la tarea de aquellos artistas modernos que no estaban satisfechos con el mundo materialista en el que vivían.

Sin embargo, hay que reconocer que desde el campo de la contemplación muchas visiones místicas tienen una dimensión estética innegable. Algunos artistas han acometido la tarea de hacer visible lo invisible. Véanse a título de ejemplo la obra de Kandinsky, cuyo texto teórico principal lleva por título De lo espiritual en el arte. La obra de Cristino es Vera es otro ejemplo de esta corriente espiritualista en el arte contemporáneo, constituyendo la desmaterialización de las imágenes de su pintura una impugnación radical del mundo visible.

En Los aventureros del absoluto, Tzvetan Todorov analiza el modo en que las visiones místicas se desplazan en el arte moderno de la esfera de lo sagrado a la de lo secular. El arte cumple en la estética romántica el papel profético que ocupó en la civilización antigua y en las sociedades primitivas. Este desplazamiento no solo se da en el campo de la creación artística, sino también en el de la contemplación estética. Todorov cita al respecto la siguiente reflexión del escritor romántico Benjamin Constant: “En la contemplación de cualquier género de lo bello existe algo que nos aleja de nosotros mismos, haciéndonos sentir que la perfección vale más que nosotros” (Principios de política, 1806). La utopía estética finisecular aspiraba a la búsqueda de la belleza como vía para acceder al absoluto. Esa vía había sido explorada anteriormente por Hölderlin, Novalis y Schelling. Dicho viaje respondía, según Todorov, a “una visión del mundo dualista y gnóstica que consagraba la oposición radical entre mundo real y mundo ideal, uno detestado y otro enaltecido, estableciendo así la división de la humanidad en dos grupos desiguales integradas respectivamente por masas ciegas y élites clarividentes”.

Albert Camus nos dejó en El mito de Sísifo una observación tan lúcida como inquietante que proclama la diferencia irreductible entre mundo real y mundo ideal, entre representación e Idea: “He visto a personas agudas maravillarse ante las obras de arte de los pintores holandeses nacidos durante las sangrientas guerras de Flandes, y conmoverse ante las oraciones de los místicos silesianos, formados en la guerra espantosa de los Treinta Años. Los valores eternos sobrenadan ante sus ojos asombrados, por encima de los tumultos seculares. Pero el tiempo ha corrido desde entonces”. Tras constatar el escritor existencialista que “los pintores actuales carecen de esa serenidad”, confiesa lo siguiente: “Sé que se puede transigir y que se puede vivir en el siglo y creer en lo eterno”.

Fernando Castro Borrego